Todo comienza sin darse cuenta, en silencio. Como una picada de mosquito mientras uno duerme. De repente se empieza a odiar la música a todo volumen de los vecinos, a detestar el olor a marihuana que antes causaba risa. Después llega la negativa rotunda a ir a conciertos, se odia el tumulto, las filas, el frío. Y qué decir de la comida, ya se empieza a identificar qué es lo que cae pesado, qué causa estreñimiento. Los domingos ya no son para dormir hasta tarde, sino para levantarse más temprano a hacer mercado. Hasta que un día uno se da cuenta que está vivo, pero solo para trabajar y pagar deudas.