Suena el timbre
de la escuela anunciando la llegada del verano, el pasillo se me hace eterno. Solo
quiero llegar a la entrada para encontrarme con mi hermano y salir corriendo al
lago.
Al saludarlo, notaba
en su expresión un aire a primavera. Claramente,
él no compartía mi felicidad.
En el camino lo
único que nos acompañaba era el sonido del viento que chocaba contra las hojas
de los árboles.
Al llegar a casa
tuve un mal presentimiento, papá nos estaba esperando en el cuarto, cosa que
nunca hacía, su profesión lo mantiene en los juzgados mientras la nana nos
cuida.
Papá nos sentó en
el sofá y despachó a la nana, solo hasta ese momento me di cuenta que realmente
se trataba de algo serio.
Papá nunca nos
involucraba en sus temas laborales, pero esta vez era diferente, nos hizo
prometerle que no perderíamos la cordura si llegábamos a escuchar comentarios
que atentaran contra él o lo que hacía en su trabajo. En el momento no lo
entendía, pero se lo prometimos. Era difícil decirle que no a papá, él siempre
hacia lo correcto.
Nos dirigíamos
hacía el lago con mi hermano, a lo lejos vimos a la Señora Gómez regando sus
adoradas petunias, al pasar por el frente de su casa, ella no dudó en profanar
sobre nuestro papá.
En ese momento sentí
que toda la sangre de mi cuerpo subió directo a mi cara y de repente unas ganas
de destrozar su jardín se apoderaron de mí, pero justo en ese momento recordé
las palabras de papá mientras mi hermano se interponía, finalmente seguimos nuestro
camino directo al lago, en donde simulé haberlo olvidado todo.
En medio de la
noche me levanté sigilosamente, recordé que papá tenía una pala en el sótano y
corrí a buscarla. Justo cuando me disponía a salir, mi hermano me detiene con
la amenaza de despertar a papá si no le cuento sobre mi plan, en ese momento se
convierte en mi cómplice.
La noche se
convirtió en un testigo silencioso de lo que pasó en la casa de la Señora
Gómez, cuando las tuve de frente no dudé en descargar mi ira sobre ellas hasta
que ninguna quedara de pie.
Al día siguiente,
papá nos despertó de un grito, seguramente ya se había enterado de la masacre de
petunias en el jardín de la Señora Gómez. Nuestro castigo sería ir todos los días,
durante un mes a la casa de la Señora Gómez a leerle lo que ella quisiera.
La Señora Gómez
nos esperaba todos los días después del almuerzo, su postre sabía a victoria.
Nos obligaba a leerle historias aburridas durante horas y no había el día en el
que no nos hablara de cómo sus estúpidas petunias habían sobrevivido por no
haberlas arrancado de raíz.
En el día 45, la
Señora Gómez decide liberarnos, estaba tan enferma que ya no hablaba de sus
petunias.
A la siguiente
semana, papá nos sienta de nuevo en el sofá, esta vez nos quería dar una triste
noticia… esa señora que un día despertó tanta ira en mí, había muerto. Pero antes
de dar sus últimos suspiros, se despidió de nosotros con una caja, al abrirla
encontramos en su interior unas semillas de petunias.
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