Solo lo
acompañaba el frío de la noche,
pero lo consolaba
el calor de su bebé.
La gente caminaba
con sus problemas sin percatarse de su existencia.
Lo ignoraban, lo
rechazaban, pero no era nada a lo que no estuviera acostumbrado.
No importaba si
era lunes o sábado, todos los días eran iguales para él.
Al final solo
importaba sobrevivir.
Ese día no se
hizo en el lugar de siempre, eligió otra esquina con la esperanza de cruzarse
con gente que lo ayudara.
Quedaban pocas
horas para que la luna apareciera y llegó alguien que le cambió las pocas horas
que quedaban del día.
Ella lo observó desde la panadería, sabía que no podía ofrecerle
más que pan, leche para su bebé y un abrazo.
Lo que ella no
sabía, era que ese abrazo era lo único que este hombre necesitaba aquel día.
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